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Agustín García Calvo. In Memoriam.

El Pasado 1 de Noviembre, murió Agustín García Calvo. No puedo expresar con claridad la tristeza que he sentido; he vuelto a pronunciar esa de frase que vengo repitiendo en silencio desde hace tiempo: “se nos van los mejores”. Soy consciente que la gestión de la pérdida, es una de las labores más complicadas y difíciles que los seres humanos como tales tenemos que afrontar. Mi manera, no transferible, fue ir a sus textos y revivir el gozo y el placer de su lectura, desde que lo encontré o me encontró –los grandes libros te encuentran- a mediados de los setenta en Madrid. Hallé sus traducciones de Don Sem Tob, de Lucrecio (De rerum Natura), de La philosophie dans le Boudoir del Marqués de Sade –que él tradujo con fina ironía: Instruir deleitando o Escuela de amor– y que citarla casi me cuesta suspender mi tesina en una Facultad de Educación de la Complutense dominada por la ignorancia y el beaterío del Opus Dei. Y uno de mis tesoros, al que vuelvo una y otra vez, es su traducción de los sonetos de Shakespeare: “Y aún mi verso ante el Tiempo se alza en esperanza”. Encontré también, De la felicidad  y el Sermón del ser y del no ser:

Lo que sí tendrás cuidado

con una cosa: para decir las alabanzas

de aquello que no es nada, no te irás derecho

al bulto, no caerás estúpido en la trampa

de decir la nada misma, sino que astutamente

hablarás un poco de las cosas infinitas que los seres pueden ser”.

 

Y, desde luego, sus ensayos: Las Cartas de Negocio de José Requejo (que conservo en una vieja edición de la hoy extinta Editorial Nostromo) y un tomo de Actualidades, que compila escritos publicados aquí y allí durante los décadas del cincuenta al setenta. ¿No es la actualidad –se preguntaba- acaso la epifanía propia de la eternidad? Y así es. Volver a encontrarme con este texto me ha devuelto la amarga sensación de que nuestra actualidad sigue siendo aquella actualidad. Tengo frases subrayadas, como las siguientes:

“Desconfiad del que os dice que el ideal está en el pasado…. Pero desconfiad también del que pone el ideal en el futuro”

“Cuando se dice que en este Estado que nos vive las gentes están oprimidas y esclavizadas por el Poder, hay que entender que también lo están sus imaginaciones y sus proyectos; y cualquier Futuro en el que creamos desde este mundo de esclavitud tendrá que ser, ya desde nuestra creencia misma, un Futuro esclavo; cambio de cara del Señor para seguir siendo el mismo y mantener dinámicamente su dominio”

Frases que conforman las habitaciones más personales de mi pensamiento. Y me asombro  todavía de su sentido oracular (que él negaría inmediatamente): “¡Ojalá que la democracia te libre de aprender lo que no ha conseguido hacerte aprender la dictadura!”.

Pero ¿cómo no rendirse ante la clarividencia del soneto que dedicó en 1959 al Ministro de Comercio?:

Oh Ministro del Hambre y la Bambolla,

Que quieres poner música a la dieta,

Ya podría estreñírsete la jeta

O caérsete ya la sacra polla.

 

Mientras ni pan contigo ni cebolla

Se puede aquí catar, tú la puñeta

Nos haces por detrás con tu trompeta

Que el Plan de Desarrollo desarrolla.

 

Vete a Bonn de una vez con tu jeringa;

Chúpales a los boches bien la minga;

Exporta a todo tren cabrón hispano.

 

Y si aquí hay que comerse hasta el Quijote

Y espicharlas por Dios, ¡hostias, hermano!

Sea sin cachondeo ni estrambote.

 

Agustín prefería la sabiduría de un niño a la sabiduría de un sabio. El asombro, el tener los ojos abiertos, el no dejarse cegar por lo que era, ocurría y parecía inamovible, constituían para él un lugar clave desde el que poder pensar. Pues, la sabiduría del sabio, sabe tanto que ya no sabe.

“Pero no hay que dejarse acostumbrar a nada…, a nada de lo que la locura dominante nos quiere hacer pasar como normal y recibido, no, sino saber quedarse siempre con los ojos tan asombrados como los de un niño al que se está metiendo en uso de razón, con la boca tan abierta y tan preguntando ¿Por qué?, mil veces como la suya; que sólo así parece que haya alguna esperanza de que, si tiene que morirse uno, por lo menos se entere un poco antes de los procedimientos por los que lo matan”.

Sin embargo lo dicho, Agustín García Calvo era y es para mí el poeta del amor libre o quizás, del amor liberado. Escondido en uno de los estantes más apartados de mi biblioteca, estaba su Relato de amor –que constituyó una convulsión en mi juventud-:

“Pero hoy la razón tiene flojas las cuerdas

de añoranza de ti, y la sola canción que quiere o desea,

llorarte y que vivas….

No quiero decir tus datos y fechas,

de historia, sino esa tu propia memoria íntima y ciega

rememorándose en mi corazón, como uno que hereda

el sueño de otro y, soñando con él, él mismo se sueña,

Yo he de vivir tu memoria, para que nunca te mueras”.

Y digo bien, un amor (en minúscula) liberado de las ataduras del Amor que de celos, servidumbre y desconfianzas encierra a los amados, y les condena a una cárcel sutil, pero férrea y sin salida. Agustín nos dejó, pensando en ese amor que parece pequeño, pero que es grande y enorme, los mejores versos que se hayan escrito; versos que se han convertido en una gozosa y sentida canción en la voz de Amancio Prada, como antes lo fueron otros poemas cantados por Chico Sánchez Ferlosio (El mundo que yo no viva). El poema dice así:

Libre te quiero,
como arroyo que brinca
de peña en peña.
Pero no mía.

Grande te quiero,
como monte preñado
de primavera.
Pero no mía.

Buena te quiero,
como pan que no sabe
su masa buena.
Pero no mía.

Alta te quiero,
como chopo que al cielo
se despereza.
Pero no mía.

Blanca te quiero,
como flor de azahares
sobre la tierra.
Pero no mía.

Pero no mía
ni de Dios ni de nadie
ni tuya siquiera.

¿Pero ha muerto Realmente el poeta? Él replicaría: “que no hay morir, sino miedo, y mi muerte es toda futura”. Así que aún estás aquí Agustín, al menos conmigo.